martes, 19 de agosto de 2014

El sujeto

Sólo unas horas antes, estaba sentado tranquilamente en un sillón, escuchando música. Sólo unas horas antes, me había tomado un café con mis amigos. Sólo unas horas antes, mi vida seguía su curso normal.
Era el 7 de Septiembre del 2012. Yo estaba teniendo un día totalmente normal, en la universidad, en mi casa, y en el café en el que me juntaba con mis amigos. Conversábamos de cosas sin importancia, tranquilos, sin pensar en que nuestra vida podía cambiar para siempre.
Sentados allí, ocurrió algo increíble. Mientras me tomaba el último poquito de café que me quedaba, un tipo extraño, que andaba inclinado y con ojeras, se nos acercó. Se subió a la barra y puso su cara a centímetros de la mía, mientras murmuraba extrañas palabras.
-Mmm… si, podría ser pero, ¿es seguro? Si no lo encontramos,  el viejo se enfadará, y ya sabes cómo se pone…- siguió hablando, al parecer consigo mismo. Yo no entendía nada. Traté de sacármelo de encima, pero era mucho más fuerte que yo. Fue entonces cuando me pregunté qué estaban haciendo mis amigos. Los miré por encima de su hombro, y casi vomité.
Estaban tirados en el suelo del bar, muertos.
La idea me llenó de adrenalina. Mis manos se cerraron violentamente, y los músculos de mis brazos se desgarraron al empujar a aquel tipo y lanzarlo al otro lado del bar.
El tipo se rió.

-¡Sí! ¡Sí! ¡Lo encontramos, ¿verdad que sí?, lo encontramos! ¡Y el viejo no se enfadará!- gritó entre carcajadas. Su voz denotaba una intensa alegría, que al parecer no se veía afectada por el hilillo de sangre que empezaba a correr por su mejilla. 

Mi miedo se vio combinado combinado con una ira ancestral como la mismísima tierra. Me levanté de un salto y cogí lo primero que encontré, una silla. Se la lancé, y el la atrapó, con una sola mano. 

El tipo se rió, con más fuerza que antes. Unos jirones de un extraño material blanco y rojo se fueron concentrando delante de su cara, hasta formar una máscara, que se quedó a medias, tapándole sólo la mitad de la cara.

Mi miedo se fue acrecentando. Presentía que si no salía de allí, y rápido, algo muy malo iba a pasar.
Le tiré el vaso de café, y salí corriendo. Y noté que "algo" me agarraba del brazo.
Era una mano.
Una mano negra como el carbón que despedía maldad.
Y entonces caí hacia la oscuridad, y no recordé nada más.

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