domingo, 12 de octubre de 2014

Faz y Dral (Capítulo 2)

Faz y Dral caminaban juntos por las sombrías calles de Shaderburg. A pesar de que era verano y los días eran cada vez más calurosos, las sombras que pasaban continuamente por allí, y oscurecían el ambiente. Caminaban por una calle que parecía ser de mercado, pero no se podía saber a ciencia cierta, puesto que la gran cantidad de sombras que pasaban por allí oscurecía el suelo de tal manera que no se distinguía si había tiendas o no.

Al rato, llegaron a un antiguo edificio, que parecía abandonado, y entraron. Después de ascender varios pisos, y sin encontrar a nadie, Dral pudo notar cómo su compañera se ponía en tensión. El frío aumentaba, a pesar de que o parecía haber sombras por allí.

Al llegar al séptimo, se detuvieron. Notaron el olor dulzón de la carne podrida. Y unos ojos se iluminaron con una luz negra, desde el otro extremo de la habitación.

La habitación estaba en peor estado que el resto de la casa, lo que ya era un decir. Hilillos de escarcha recorrían las paredes. Los muebles estaban rotos, y las paredes, resquebrajadas. Parecía que hubiera habido un terremoto. Pero lo peor era la figura negra que se erguía al centro de la habitación.

Parecía evidente que no era una sombra, ya que se distinguía que, a diferencia de las sombras, tenía profundidad. Sus ojos eran negros pero, extrañamente, brillaban.

Llevaba un arco largo de cuerno, y unas flechas de un metal negro e inquietante, y una espada igual. Iba envuelto en telas, de manera que no se veía la cara. A sus pies había una extraña forma negra.

Dral estaba pálido y, cuando Faz quiso dar un paso adelante, alargó una mano para detenerla. Poco a poco, el rostro de Dral adquirió una determinación férrea. Y entonces ocurrió lo impensable.

Dral sostuvo en alto su largo bastón, y lo rompió a la mitad, con las manos. Y uno de los trozos del bastón se endureció, hasta convertirse en metal, un metal duro y resistente. Una espada.

Dral atacó, a la velocidad del rayo, pero la sombra lo esquivó. Se apoyó en la pared con un pie, y saltó hacia delante, dejando una marca en el suelo da piedra al rozarlo con la punta de la espada.

La sombra levanto una mano, envuelta en telas, en un gesto elegante, casi perezoso. Y detuvo la espada. Pero nada mas hacerlo, sonó un siseo, y un resonar, como el de una campana. Y la sombre se retorció de dolor. Parte de su cuerpo estaba en llamas. Y entonces, desapareció.

Dral se sentó, y se apoyó en la pared. Parecía viejo y cansado.

Viajando hacia el norte

En el piso bajo de un bus, viajando hacia el norte, un chico escuchaba música mientras escribía en un pequeño ordenador portátil. Sus dedos apretaban con fuerza las teclas; parecía enfadado por algo. Llevaba unas gafas negras, gafas de ver, no gafas de sol. Tenía los ojos marrones y verde oscuro. Y estaría por el metro sesenta. Tenía el pelo castaño claro largo hasta los ojos. Llevaba puestos unos vaqueros azules, y una camiseta blanca del Jardín Botánico de Rio. Encima llevaba una chaqueta gris oscuro, y llevaba también unas zapatillas negras, con cordones blancos. Escribía, concentrado en lo que tenía delante. Dejó de escribir y miró por la ventana. Reclinó el asiento y se puso a pensar. Al cabo de un rato se enderezó, y siguió escribiendo.

Flores de invierno al anochecer,
sangre plateada a la luz de la luna.
Piedra y arroyo,
hueso tieso.

Siguió escribiendo, concentrado en la pantalla y no en el frío que le trepaba por los pies. Escribía canciones de luna. Historias de verano. Escribía sobre Krish, y sobre Faz, y sobre Dral. Y se preocupaba por la falte de ideas que tenía en la cabeza. No podía entender si realmente estaba escribiendo, o si solo era un sueño, una quimera. Entendía historias en su cabeza, pero no era capaz de sacarlas de allí. Pero lo intentaba. Y a veces lograba algo. No siempre. Y se preocupaba.

Trueno blenco,
piedra negra,
luna nueva en la ribera.
Arce. Mayo.

Podía entender casi todo, pero no lo suficiente. Y aun así, se preocupaba. Aún estado sentado, se cansaba. Aún estando vivo, no se sentía vivo. Necesitaba... algo. Cualquier cosa. Aunque fuera malo. Necesitaba algo que lo hiciera empezar a vivir. Necesitaba un empujón. Necesitaba muchas cosas. Tal vez, simplemente tuviera mala estrella. Así que escribía, tratando de encontrar y, a veces, de buscar.

Perlas en el cielo nocturno.
Voces de grillos bajo los largos brazos de los árboles.
Adormilados suspiros bajo las estrellas.
Crujido de botas en la maleza.

lunes, 6 de octubre de 2014

En los riscos

Era media tarde. La luz rojiza del sol se escapaba por detrás del horizonte, y teñía las nubes de rosa. Una tenue brisa soplaba, tenue como un susurro, entre los árboles cargados de verdes y bonitas hojas. Allí, cerca de un pequeño lago, reposaba una casa hecha con maderas recogidas y almacenadas durante años. Una hachuela reposaba encima de un tronco, y delante de la casa, una pequeña tienda de campaña hacía las veces de despensa. Allí, delante de la casa, un agujero para el fuego y las piedras colocadas alrededor de él parecían esperar el calor de un fuego que se encendería pronto. Hacía un día precioso.

En unos riscos cercanos, un muchacho se sentaba de cara al gigantesco bosque que se encontraba unos cientos de metros más abajo. Se llamaba Jun. Había escogido cuidadosamente ese nombre, cuando se lo cambió, tiempo, y lugares atrás.

Jun era un poco extraño. Tenía un pelo negro, podías ver desde lejos. Pero cuando te acercabas y veías el sol iluminándole la cabeza, veías que era de color castaño claro. Sus ojos eran parecidos. Mucho tiempo atrás, un inteligente maestro que tuvo los llamaba "ojos grises". En aquel tiempo, vivía muy lejos, en un lejano lugar donde el viento nunca se detenía, y estaba casi siempre nublado. Años más tarde, había vivido en un pequeño pueblo cerca de la selva, en la playa, y los lugareños lo llamaban "ojos de oro", por el tono verde de sus ojos, con un circulo amarillo alrededor de la pupila. Y ahora, en aquel entorno mayormente verde y rojo, color de las rocas de por allí, sus ojos eran una especie de combinación entre color cobre y verde intenso.

Jun estaba sentado, con las rodillas debajo de los brazos, mirando el bosque. Al lado de sus pies había una caja de lápices, de distintos colores, y un cuaderno grande y voluminoso, repleto de dibujos. Un atardecer. Un lobo corriendo bajo la luz de la luna. Un árbol. Una chica, se podría decir de su edad, con el pelo largo y liso, de color negro, y unos ojos oscuros y profundos, como un pozo a la luz de un pálido amanecer.

Unos metros más allá, una muchacha, claramente la retratada en los dibujos, estaba de pie, mirando a Jun. Parecía pensar en algo muy lejano, aunque se notaba que prestaba atención a lo que veía. La curva del cuello de él. Como su pelo se balanceaba suavemente con la brisa. El tenue roce de tela contra tela cuando Jun movía suavemente las piernas. Al menos, eso era lo que parecía. Pero en sus ojos había algo más. Una intensidad extraña. Un contrapunto en su rostro tranquilo. Como una mácula en un trozo de hielo limpio. Y un pequeña luz, tal vez de esperanza, encendida en su mente.

Ya casi había anochecido cuando un pájaro, tal vez un estornino, silbó y los sacó a ambos de su ensimismamiento. Se tomaron de la mano, y , juntos, caminaron hacia la cabaña.