martes, 30 de septiembre de 2014

Pesadilla

No soy capaz de decir si estoy despierto o dormido, si vivo o muerto. Floto en un aura de paz y tranquilidad recubierta de angustia y desesperación. Soy incapaz de notar si estoy apoyado en algo o si, en cambio, estoy flotando sin tocar el suelo. Soy incapaz de notar si tengo los ojos abiertos o cerrados, de hecho, no puedo mover ni un solo músculo. Floto en un pequeño vacío pesado como el brusco silencio de un conversación interrumpida. Mis músculos, tensos y relajados a la vez, están paralizados. Noto mi pelo rozándome la cara, ligero como el aliento. ¿Es esto la muerte? Porque no es tan desagradable como había pensado.

Entonces vienen los sonidos. Susurros en la oscuridad. Golpes. Interminables gritos y gemidos que me dañan los oídos, pero no puedo mover las manos para tapármelos. Solo puedo quedarme allí, escuchando. Escucho voces, las de mis compañeros. El sonido de tormentas y rayos. El interminable sonido de golpes de carne contra carne. Pero ninguno de esos sonidos me perturba tanto como la risa que resuena en mis oídos. Y luego, nada.

Entonces es cuando empiezo a vislumbrar algo. Una luz. Pienso que se ha encendido, pero son mis ojos los que la despiden. Lo puedo ver todo con claridad, como si fuera de día. Estoy...¿Tirado en el suelo? Puedo ver una de mis manos, extendida en un angulo extraño frente a mí. Puedo notar la áspera tierra bajo mi mejilla. Escucho el ruido de un trueno lejano. Y empiezan las pisadas. Bum-bum. Bum-bum. Pienso que es el latido de mi corazón hasta que, contra el antebrazo que tengo doblado debajo del pecho, puedo notar que no late. Bum-bum. Bum-bum. Empiezo a notar que el sonido viene de fuera. Golpes. Fuertes golpes de zapatos de montaña contra un suelo de tierra. Y empiezan los cánticos. Cánticos que he escuchado en alguna parte antes, pero que no puedo recordar dónde, Sea como sea, los cánticos me producen un terror oscuro e irracional.  Veo como una cara de pelo negro y ojos negros se cierne sobre mi, llenando mi campo de visión e impidiéndome ver nada más.

Lo siguiente que noto es que me han dado la vuelta, y puedo ver el cielo. El terror sigue aturdiéndome, y tardo unos segundos en darme cuenta de que estoy gritando, y unos segundos más en parar. Ahora que mi grito, largo y antinatural se detiene, puedo notar un sonido extraño, el sonido de un trueno silencioso. Entonces veo que ya no estoy mirando hacia arriba. Estoy mirando hacia abajo, desde una altura de unos dos metros.  Puedo ver hacia todas direcciones a la vez. Y puedo ver muchas cosas.

Veo a mis compañeros, tirados en el suelo. Veo brillantes figuras, que corren de un lado para otro. Veo pájaros gigantes que emiten horribles chillidos. Veo brillantes animales envueltos en harapos, cantando antiguas canciones. Veo antiguos espíritus, observando desde los árboles. Veo un cielo blanco como el papel, con una brillante luna negra en medio. Y veo brillantes espejos de sangre, que muestran horribles imágenes. Vuelvo a gritar, agarrándome la cabeza con las manos. Voy a enloquecer, o a morir...

Entonces abro los ojos y veo la esquina de la tienda de campaña en la que estoy acampando. Respiro lentamente, hasta que me sereno. Entonces me doy la vuelta, y sigo durmiendo.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Una tensión era respirable en el ambiente. La lluvia, fuera resonaba como el martilleo continuo de un herrero golpeando el hierro. Adentro, el fuego chispeaba y crepitaba con un sonido como el de la grava bajo los zapatos. Unas hojas de papel reposaban en una mesa, con diversos dibujos: un árbol bajo la luz de la luna, y el increíble color del pelaje blanco de un lobo bajo una cálida luz otoñal. En una repisa reposaba un viejo bastón de enebro, y en las sombras de detrás de la chimenea, se podía escuchar el silenciosos grito de un espada que estaba allí apoyada. En las estanterías, decenas, cientos, miles de libros se cuchicheaban historias al oído. Y, en un rincón de la habitación, un hombre se miraba las manos con aire cansado.

El hombre tenía el pelo amarillo como el sol, casi blanco. Sus ojos eran de un color azul profundo, como el de las aguas de un profundo lago en calma. Sus manos eran manos de inventor: manos fuertes, y firmes, de buen pulso, pero suaves, con unos gruesos callos en la yema de los dedos. Su ropa tenía un ligero tono grisáceo, como el de la nieve sucia. Su piel, del color de una grieta en el hielo, estaba cubierta de delgadas y pálidas cicatrices, que eran casi plateadas. Todas menos una. Podía pasar por sedentario, pero cuando tensaba los tendones de las manos, los músculos de los brazos se le marcaban como cuerdas retorcidas.

Al menos esto era lo que se podía ver a simple vista pero, si lo mirabas bien, notabas algo especial. Llevaba unas botas altas de piel blanda, por ejemplo. Pero si lo mirabas de reojo, y estaba bajo la luz adecuada, veías algo totalmente diferente.

Veías un pelo no amarillo como el sol, sino un pelo que brillaba, casi como el mismo sol. Veías unos ojos azul marino, cuyo iris se movía con un movimiento hipnótico como el de las aguas del mar. Y veías también músculos firmes como la piedra, duros como el acero. Veías palabras de poder brillando, y balanceándose, en sus manos.

Pero si tenías una mente especial, el tipo de mente que realmente ve lo que mira, tal vez hubieras podido notar algo no del todo humano en aquellos ojos. Tal vez pudieras notar un peso en sus hombros, como si un trueno reposara sobre ellos. Y quizá incluso vieras el ligero resplandor que rodeaba todo su ser. Tal vez vieras arcaicas runas, inscritas en su piel como con fuego.

Y quizá incluso podías ver el peso espiritual que tenía en lo que le rodeaba, si puedes imaginarte un peso construido con tormentas, terremotos, y metal fundido.

Y si de verdad eras alguien especial, alguien como Krish, Feantr o el viejo Nil, veías incluso más. Veías grandes llamas de poder, que reposaba e su frente como una estrella blanca. Llamas pesadas como el plomo. Llamas ligeras como el humo. Llamas rojas y negras. 

El poder de un dios.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Bajo una oscura luna crepuscular

Recuerdo pocas cosas de aquel lejano día, bajo una oscura luna crepuscular, en el río Therth, en los lejanos Páramos Invernales. Como yo, arrastrándome por las estepas encontré un pequeño río, y me detuve a beber. Recuerdo pocas cosas de aquel lejano día, bajo una luna oculta detrás de las montañas, más que una tensión, y un sentimiento, ligeros como la neblina que se crea cuando el agua hierve.

Bajo la oscura luna crepuscular, recuerdo cómo saqué mi laúd, y cómo toqué muchas canciones. "Versado en el crepúsculo". "El martillo y el hierro". "El anciano del camino". "Sentado junto al agua, recordando". "El viento". Estaba tocando "Humo y Rayo", cuando escuché una voz que se unía con la mía, girando, golpeando como los rayos de una tormenta de verano. Ascendiendo y descendiendo como las olas del mar.

Recuerdo como busqué y busqué, sin descanso, el origen de aquella voz hermosa, y no la encontraba. Recuerdo como incluso, traté de engatusarla como un poema:

¡Oh, dulce voz que en los Páramos cantas!
¿Podrías responder a mi llamada?
¿Podrías mostrarte ante mí
para así yo poder presentarte mis respetos?
¿Podrías revelar cómo es que cantas tan hermoso,
...

No me extraña que el poema no la engatusara, ya que no era muy bueno.

Pero recuerdo como si fuera ayer como, desesperado busqué aquella voz, como un relámpago buscando su trueno. Como corrí, frenético, de un lado a otro, tratando de encontrar.

Pero no era capaz, no fui capaz de encontrarla. Recuerdo como, desesperado, me eché a llorar. Y sí, lloré aquel día, y he llorado muchos días desde entonces, por la voz perdida que no se puedo encontrar.

Y finalmente, recuerdo cómo me senté debajo de un árbol, y toqué. Toqué, intentando no recordar, hasta que caí dormido.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Faz y Dral (Capítulo 1)

La pequeña sombra Faz caminaba (o se deslizaba) por un antiguo sendero, un sendero de héroes y reyes.

Faz era una sombra que, como a ella misma le gustaba definirse, tenía dos caras. Una era una cara risueña, pícara, y juguetona. La otra era una cara seria, sombría, y regia, que mostraba cuando era necesario.

En aquel antiguo sendero, conoció a un curioso personaje, un viajero incansable que había visto muchas cosas. Había visto los cristales flotantes de las islas Urururuoa. Había visto los viejos y ancestrales puentes de viento en el lejano país de Khárdor, al otro extremo de las montañas Encrespadas. Incluso había visto a los dragones volar por el cielo en las Guerras de la Creación.

Se llamaba Dral. Tenía el pelo negro y encrespado, casi se podría decir que era azul marino. Sus ojos eran de muchos colores, rojo, negro, verde, amarillo. Llevaba unja capa de viaje negra y morada, que envolvía un cuerpo enjuto y nervudo. Caminaba apoyándose en un bastón de fresno, aunque seguramente no lo necesitaba. Iba canturreando una canción que ya era vieja cuando el viejo Nil era joven:

Caminando por el camino,
viendo los árboles pasar, 
viendo a los pájaros montar el viento,
me doy cuenta de pronto
de mi propia mortalidad.
Y cuando quiero parar a descansar,
me apoyo en mi bastón de hueso,
y recupero viejos tiempos,
de mi antiguo y brioso pasear.

Cuando se cruzaron en el camino, a Dral no le pareció extrañarle lo más mínimo que una sombra caminara sin cuerpo que la proyectara. En aquellos tiempos y aquellos lugares, era bastante común.

Y una de las particularidades de Dral era que había días en los que solo podía hablar en verso, y además no te entendía si no le correspondías correctamente. Así que saludó de esta manera:

¡Hola!
¿A dónde vas,
tan tranquila y silenciosamente,
pequeña sombra,
si puedo preguntar?
Más si detenerte puedes,
no dudes más,
¡para junto al camino,
y tengamos un delicioso almuerzo,
que el día no apremia!

A lo que Faz respondió:

¡Hola!
¿Puedo preguntar
si eres Dral?
¿O eres acaso 
algún poeta fustrado
que ya no pudo hablar
más que en verso?
Si bien mi día no apremia,
me gustaría
cuanto antes llegar
a la capital de mi gente,
Shaderburg,
y si bien me encantaría
ese prometido almuerzo,
tarde no quiero,
a mi cita llegar.

Dral se rió, encantado, y respondió:


¡Si!
Has acertado,
puesto que Dral soy yo,
y como yo no hay otro,
mas, ¿quién sabe?
A lo mejor 
un poeta frustrado
resulto ser.
Y si a Shaderburg quieres llegar,
problema no tengo en acompañarte,
y conversación darte,
además ando buscando compañeros,
y aventuras que vivir,
así que si no tienes problema,
te acompañaré sin dilema,
y ¿quién sabe?
Si te acompaño,
después de todo lo que he caminado
¡juntos, tal vez,
encontremos aquello
que tanto habíamos deseado!

Contenta y pícara, Faz respondió:

Entonces,
si problemas no hay,
y si de todas formas hemos de caminar,
acompañarme no te impediré
y, tal vez, 
aventuras vivamos.
Así que
¿por qué no?
Caminemos juntos
a Shadeburg
y allí 
seremos,
(o quizá somos ya)
grandes amigos.

Y así empezaron las aventuras de Faz, y Dral, que durarían mucho tiempo, y que quedarían grabadas en muchas historias y cuentos infantiles de aquel pacífico reino.

lunes, 22 de septiembre de 2014

El viejo Nil. Introducción.

Una ligero tensión pesaba en el aire, una fresca mañana de verano, en un descampado a las afueras de la ciudad de Valladolid.

En aquel lugar, no lejos de una pequeña villa llamada Santa Cruz, existía un largo y serpenteante riachuelo, en el cual muchos animales acudían a beber. A los costados de este, crecían arbustos de bayas y fresas silvestres,  que alimentaban a muchos animales y personas que alguna vez pasaban por allí.

En este tranquilo rincón, lejos de las dulces, pero escandalosas voces de los niños que jugaban al pilla-pilla en una parcela, vivía un viejo ermitaño que en otro tiempo le habían llamado el Viejo Nil.

Nil era, a simple vista, un anciano de barba azul, sin pelo en la cabeza, vestido con una vieja túnica de gala, que caminaba apoyándose en un bastón de madera retorcida.

Nil vivía en una pequeña casa de madera, construida por él cuando era más joven, que llegaba incluso a tener un pequeño sótano donde Nil dormía.

Nil vivía en una profunda conexión con la naturaleza. Sabía ver, aquí y allá, a los grandes espíritus de los animales. La Gacela, el Oso, el Jabalí...

Muchos pensaban que el viejo Nil estaba loco, pero no era así. El tenía un conocimiento profundo de los cimientos del mundo, pero no los usaba en propio beneficio, sino únicamente con y para los demás.

Esta es la historia de Nil, y de una pequeña sombra llamada Faz, y de las aventuras que vivieron, juntos y separados.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Scout

Era de noche. En el campamento reinaba el sonido, un sonido compuesto por muchos ruidos que se entrelazaban entre sí como una amalgama.

La primera capa de sonidos era fácil reconocerla. El sonido del viento entre los árboles, o el suave ruido del frote de las manos de un tropero que se calentaba con las brasas de un fogón hacía tiempo apagado. El suave crujido de los pies de un zorro que correteaba por la maleza. El rechinar de un portón que se balanceaba con el viento, y los ronquidos que resonaban dentro de una tienda de campaña. Esta capa de sonidos era familiar, y era ancha y ligera como la llegada de un viejo amigo.

La segunda era más complicada de reconocer. Si pasabas mucho rato escuchando, quizá empezaras a notarlo en las pisadas de los tres guardias que daban vueltas por el sitio. Estaba en el resentido cáñamo que sujetaba los piquetes de una carpa mal tensada. Estaba, enlazada como una amistad, en la tos ligera que sufría uno de los Toquis, resfriado. Podías, tal vez, escucharla en las vueltas que se daba otro tropero que, enfadado porque no lo tomaban en serio, había decidido dormir fuera de su tienda de campaña. Era una capa incómoda y tenebrosa, e, incluso sin palabras, incitaba a la rabia.

La tercera era la capa más profunda de todas. Era la más grade de las tres, y envolvía a las otras dos. Era ancha y profunda como la puerta del sueño. Era pesada como una manta empapada. Era ligera como un suspiro. Era significativa como el grito de dolor de un hombre que se rompe un hueso.

Esta capa estaba compuesta por los sonidos más profundos del ambiente. Sonidos como las historias que se susurraban entre sí los báculos de la patrullas, recubiertos de piel. Las historias que se podían leer en un viejo libro encuadernado en cuero. El quejido de un trozo de tela de tres colores, con forma triangular enrollado sobre si mismo unas treinta veces. Estaba en las mentes de tres hombres que caminaban por ahí, envueltos en telas. Estaba en los ojos, amarillos y verdes, de un tercer tropero que estaba allí, de pie bajo de la luna.

El tropero tenía el pelo negro como el carbón. Llevaba unos zapatos de montaña, y de su cintura colgaba un trozo de tela amarillo y negro. En su bolsillo había un reloj y un trozo de papel con unos nombres escritos. En su mano reposaba una linterna, hacía mucho tiempo apagada.

En su ser se concentraban muchas vidas, vidas de lujuria y alegría, y vidas de pena y masacre. Él era el dueño de la tercera capa de sonidos, y así debía de ser, pues el silencio que se escondía en su cuerpo era un silencio especial. Era un silencio profundo como el de un vaso roto. Era un sonido enorme como el de un golpe. Era un silencio que compartía con todos sus compañeros, sin importar raza, color de piel, gustos, nacionalidad, o idioma natal.

El silencio de un scout.




miércoles, 10 de septiembre de 2014

Con respecto a "Táborlin el Grande"...

Con respecto a la historia "Táborlin el Grande", tengo que decir un par de cosas...

El personaje Táborlin el Grande es un personaje inventado por Patrick Rothfuss en su "Crónica del Asesino de Reyes", al igual que los Mael.El Synthar-Heidra fue por mi cuenta.
El momento del "¡Haz temblar a mis enemigos, Escarcin!", lo saqué del anime Bleach. Perdón.
Hay otro personaje que no he inventado yo... A ver si lo encontráis.










Táborlin el Grande

Táborlin el Grande estaba preocupado. Sabía que si lo atrapaban estaría en grandes problemas.

Corría por el denso bosque Trokkar, con su capa de ningún color rasgada y sucia. Su vela hacía tiempo que se había apagado, y su moneda estaba abollada. Sólo su espada estaba intacta, aunque algo desafilada.

Lo perseguía una de las criaturas mas viles de los Mael: un Synthar-Heidra. Estas criaturas de oscuridad, conocidos como Devoradores de Carne por los guerreros de antaño que habían peleado con ellos.

Este era uno especialmente poderoso. Tenía la forma de un gran cadáver en descomposición, llevaba una corona de fuego y sombras, y sus ojos transmitían malicia y odio. Cargaba con un gran hacha, sujetándola con una sola mano como si fuera un juguete. Con la otra lanzaba hechizos de fuego y muerte.

Táborlin llegó al borde de un gran acantilado, que se extendía casi indefinidamente hacia arriba. El Synthar-Heidra rugió detrás de él, sacudiendo árboles y haciendo temblar el suelo.

Se encontraron cara a cara. La cara de Táborlin solo reflejaba determinación, sin una pizca de temor o duda. Levantó su espada por encima de sus cabeza, al tiempo que decía:

-¡Haz temblar a mis enemigos, Escarcin!

Y todo ser viviente en dos kilómetros a la redonda escuchó un trueno, como de una avalancha después de un relámpago.

Un potente rayo de luz cegó al Mael. Se tapó los ojos, sorprendido, y cuando pudo abrirlos y ver lo que tenía delante, una espada le atravesó el estómago. Era Tábotlin, recubierto por una luz dorada. Su espada estaba electrizada.

Cuando el Mael se desvaneció en una nube de polvo, Táborlin dijo:

-Harath, en Bast... nuner thal.

domingo, 7 de septiembre de 2014

El hombre

Dos hombres armados caminaban hacia el templo. En aquel sagrario de redención y pacifismo, su presencia destacaba como la de un lobo en un gallinero. Sus pies, sucios, mancillaban el suelo que el delirio había hecho sagrado.

Al llegar a la puerta del templo, los hombres, al parecer borrachos, pegaron el grito:

-¡Monjes cobardes! ¡Salid de vuestro templito y pelead con nosotros!- Gritó uno.
-¡Si, que veamos si se merecen los impuestos que reciben y ese templo que tienen!- dijo el otro.

La gigantesca puerta del templo se abrió lentamente. Un hombre encapuchado salió al exterior. 

El hombre caminaba con ligereza, con la espalda recta, sin dar ninguna seña de temor o desdén. Caminaba expresando seguridad absoluta en si mismo, pero no menospreciaba a sus rivales.

A unos diez pasos de los borrachos, se detuvo. Se quedó allí de pie, con expresión desafiante, esperando que sus rivales atacaran primero.

De pronto, la presencia de aquel hombre pus serios a los bandidos. Sin burlarse ni reírse, desenvainaron sus armas; una lanza de punta larga y con filo, y una pequeña maza de una mano. 

El los bandidos parpadearon, preparándose para le refriega...
... y miraron fijamente al aire, puesto que el hombre encapuchado no estaba allí. Apareció detrás  de los bandidos, y los golpeó con tanta fuerza que quedaron inconscientes al instante.

El hombre miró hacia arriba, y una ligera brisa le quitó la capucha, revelando unos ojos negros y profundos, y un pelo lacio y negro que le llegaba a los hombros.

El hombre desapareció como una nube de humo, mientras un grito de ira resonaba en el silencio.

Se hizo la calma. Amanecía.

martes, 2 de septiembre de 2014

Un terremoto sacude el suelo. Un grito de ira resuena por las montañas y provoca una avalancha. Un trozo de piedra roja, resquebrajada, en la que todavía se puede leer Meä--, cae al lado de un hombre vestido de negro que medita sentado en el suelo.

El hombre ni se inmuta, y mira hacia el norte con unos ojos pacíficos y grises. Asiente para si, y se levanta. Lentamente, con calma, se pone sus botas y empieza a caminar, lejos, hacia el sur. Su pelo negro se agita con el intenso viento que sigue a otro grito de furia.

El hombre ni se inmuta y sigue caminando. Al llegar al profundo Barranco de Ébano, se detiene.

Se agacha y toca el suelo, y murmura unas palabras que el viento desmenuza. No ocurre nada. El hombre frunce el ceño, al parecer ligeramente molesto. Se encoje de hombros y se levanta.

 Una nueva ráfaga de viento, fuerte como un huracán, le hace tiras el hábito que lleva, dejándolo solo con unas calzas largas. En su pecho desnudo se pueden leer distintas runas: Haethr, Lessyna, Molderedl. Todas significan "indiferencia".

El hombre despliega unas alas negras, que parecen estar hechas de hielo y sombras. Las agita, y se convierte en un sombra, veloz como un rayo, y se dirige al norte, muy lejos, a encontrarse con un viejo conocido.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Una ligera brisa soplaba entre los solitarios árboles que había en medio de un desierto. Un pequeño lago, cada día más pequeño, alimentaba como podía la vida de los árboles que crecían a su alrededor. Y un hombre rubio vivía allí, en una cabaña, alejado de todo.

El hombre se llamaba Deward. Había vivido muchas aventuras, en compañía de un viejo amigo, pero un día, su amigo encontró una llave, roja y pesada. Y una idea loca se le metió en la cabeza. Con el paso de los años, fue haciéndose cada vez más poderoso, hasta conseguir un poder que ningún mortal había obtenido hasta aquel entonces. Obligado por su deber como amigo, había tratado de detenerlo, puesto que su idea habría puesto el mundo en un grave peligro. En la refriega, Deward perdió un brazo y una pierna, que luego reemplazó por unas mecánicas, pero logró matar a su amigo y poner el mundo a salvo. Pero el poder que su amigo había obtenido era demasiado terrible como para imaginarlo. Su ser ardía con un poder tal que, si bien se lo podía matar, no permanecería muerto mucho tiempo.

 El cielo se tiño de rojo, y un repentino temblor sacudió el suelo. Un grito de ira resonó en el desierto y se alejó, seguido de un viento fortísimo que rompió un par de árboles y se alejó hacia el horizonte.

Deward se puso en pie y miró al cielo con aire cansado. Se desperezó, y se concentró.

La camisa que llevaba estalló en llamas. Deward ni se inmutó. Entre las llamas se podían ver algunos tatuajes en su piel. Jaethar, Reshat, Iratel, Iosenes. Todas significaban "Alegría".

Deward extendió unas largas alas doradas, y echó a volar. De sus alas surgían destellos de luz que revitalizaban a las plantas y nutrían a los animales. Voló, muy lejos hacia el sur, a encontrarse con un antiguo conocido.