miércoles, 15 de abril de 2015

Los descampados.

"Los descampados. Lugares inhóspitos, secos y arenosos. No hay vida allí. Al menos en ciertos mundos. En algunos, como el nuestro, si puede haber vida. Unas malas hierbas por ahí. Aquí, unas ratas de campo. Puede que no sean formas de vida muy agradables, pero es vida, al fin y al cabo.

Hay mundos en los que no es así. En algunos, mundos, los descampados son señas terribles, cicatrices de un mundo desolado. En algunos mundos, los descampados son áridos como el desierto, duros como montañas. Nosotros tenemos suerte.

Hay mundos destrozados. Mundos donde la fuente de la vida se agotó años atrás, ya fuese el hidrógeno o cualquier otro elemento. Mundos donde no ha habido vida en miles de años. Mundos que han olvidado lo que es sentir pisadas, presión sobre su suelo. Mundos donde solo creaciones antiguas de seres aún más antiguos, permanecen intactas al paso del tiempo.

En algunos mundos, las casas son maravillosas. Son amplias personificaciones dela maravillas, gigantescos monumentos a la inteligencia de una raza. Ni siquiera soy capaz de describirlas. Sólo puedo intentarlo. Torres que suben hasta las nubes, haciendo ondear al viento estandartes raídos que ya no hay quien los observe. Casas de muchas habitaciones repletas de maravillas, repletas de extraños objetos con usos que no podemos adivinar. Lámparas que brillan con brillantes luces azuladas, condenadas a mantenerse encendidas por toda la eternidad por dueños a quienes la muerte no les dio tiempo siquiera de apagar la lámpara, de poner sus asuntos en orden antes de despedirse y traspasar la línea que todos debemos traspasar algún día, y a través de la cual es imposible mirar. La línea de la muerte, la desconocida, la única frontera infranqueable para los vivos."

"¿Cómo sabes todo esto?" Me pregunta.

"¿No es obvio? Lo he visto" Le respondo.

"¿Dónde?" Me vuelve a preguntar. Parece tenso.

"Lo he visto." Levanto un dedo y se lo apoyo en la frente. "Aquí"

Parece hartarse. Cierra los ojos con fuerza y suspira. Poco a poco se levanta. Yo lo observo, sin decir nada. Pasa unos minutos de pie, quieto, como meditando.

De pronto, se va sin mirar atrás.

Me siento y, aburrido, me pongo a observar la habitación de mis casa, en nada comparables a las habitaciones de mundos lejanos. Entonces me doy cuenta de una cosa. En la mesa, donde se ha apoyado para levantarse, hay una nota.

Con curiosidad, la levanto. Está doblada varias veces. Con cuidado de no romperla, la desdoblo lentamente.

En ella hay escritas dos palabras.

"Lo siento"

Entonces un estruendo, más fuerte que cualquiera que haya escuchado en mi vida. Un temblor sacude la tierra, y una ola de calor me golpea como un puñetazo. No reacciono. Un instante antes de que una onda expansiva reduzca las paredes a un polvo rojo que se eleva en espiral hacia el cielo, un instante antes de que un calor insoportable funda mi carne y mi sangre en vapor, doy un pequeño paso hacia adelante, preparándome para cruzar la línea.  La línea de la muerte, la desconocida, la única frontera infranqueable para los vivos.