sábado, 16 de agosto de 2014

La Flor

Un día como cualquier otro, caminando por las calles de mi ciudad natal, encontré algo que jamás pensé que fuera a encontrar, en este mundo o en los otros.

El 15 de Agosto de 2014, yo estaba teniendo un día de perros. Estando exento de ir al colegio, pues un incendio lo había destruido, había decidido ir a dar un paseo bajo la lluvia. Antes, cuando era más pequeño, odiaba la lluvia. Odiaba mojarme mientras caminaba. Pero, desde hacía unos años atrás, ya no me importaba mojarme. Y, cada vez que tenía tiempo libre que no dedicaba a mis amigos o al estudio, sin importar la hora, clima o circunstancia, salía de mi casa y recorría la ciudad, buscando desesperadamente algo. Ni siquiera sabía qué buscaba exactamente.

Ese día, yo a pesar de la lluvia, salí y recorrí la ciudad como un fantasma, silencioso y solitario.
Y entonces la vi. Allí mismo, en los jardines del parque que había enfrente de mi casa.

Una flor, del tamaño de una rosa, pero celeste. Tenía 16 pétalos, algo que yo jamás había visto hasta ese momento. Y se abría desmesuradamente, como un girasol, sin embargo, era imposible que fuese uno. Era una flor que, orgullosa, mostraba todos sus encantos. Y, mientras la observaba, se marchitó. Sus pétalos se cerraron, y su orgulloso centro de luz y color se apagó, y la flor quedó reducida a un simple capullo del tamaño de una uva. Y yo sentí una desesperación tremenda, mucho más profunda que cualquier sentimiento que yo hubiera experimentado hasta ese momento. Y entonces, ocurrió lo imposible.

La flor se volvió a abrir. Recuperó todo su color y pureza. Y yo quedé maravillado, observando la flor, en un estado mental profundo y maravilloso, en un trance donde cada segundo era como un día entero de la Tierra.

No sé cuanto tiempo pasé, allí agachado bajo la lluvia, sin importarme el mundo a mi alrededor, cuando una voz me despertó:
-¿Te gusta mi flor del tiempo?

Miré a mi alrededor, y entonces la vi.
Una diosa errante.
Y entonces me di cuenta que ya no necesitaba buscar más.


Una mujer, he de suponer de mi edad, pero no puedo decirlo, porque para ella el tiempo es diferente.

Tenía el pelo rubio. Y los ojos del color de la flor. Lo recuerdo bien porque en esos ojos vi reflejado el Universo.
Llevaba una extraña mezcla de armadura y traje de boda, de un azul intenso. No chillón, sino un azul agradable para la vista.

Se agachó a mi lado, y me miró a los ojos:
-¿Te gusta mi flor de tiempo?
-Eh... pues sí.
-Me alegro. Es la primera flor de tiempo que hago, ¿sabes? No sabía si te gustaría.
Sentía el cuerpo como recubierto de miel; no era capaz de reaccionar.
-¡Oye! Te estoy hablando.
-Eh... sí, perdón,  es que me has sorprendido. No pensaba que me fuera a encontrar a alguien como tú aquí
-Eso no importa. Te tengo un regalo.
Y señaló con un dedo a la flor.
-Tómala, es tuya.
Yo seguía embobado con sus ojos de color celeste.
-Bueno, supongo que tendré que hacerlo todo por ti.
Y, con mucho cuidado, arrancó la flor, y me la puso en la mano.
Me tapó los ojos con una mano y dijo unas palabras que no llegué a escuchar.
Y en ese momento, sentí que toda mi vida tenía un sentido.
Muchos años después, en una noche estrellada, solo, escucharía una canción maravillosa, que me daría más ganas de vivir. Pero es es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión.

Cuando volví a abrir los ojos, estaba solo.

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